lunes, 26 de octubre de 2009

Un brindis al Sol

Geografía Humana
26/10/09

La cercana reunión sobre cambio climático en Copenhague debería llevar como slogan una premisa básica: “gestionar lo inevitable para evitar lo ingestionable”.
En vísperas a la próxima cumbre de Copenhague, cabe plantearse en qué situación (ecológica) se encuentra el Mundo de hoy, encabezado en mayúsculas porque es una eminencia, si no la más importante eminencia que pueda existir después del Universo, nuestro padre y señor.

Planeta infinito vs. Recursos limitados

Visionamos el reportaje “Consumiendo el planeta” emitido en el programa de TV3 30 minuts en el 2008, en el que se entrevista a antropólogos, filósofos y otros expertos en Cambio Climático para exponer algo que todos ya sabemos pero que no todos intentamos solucionar: el planeta tiene fecha de caducidad, y estamos agotando los recursos que éste nos puede proporcionar. Lo que viene a decir este reportaje es que sí hay alternativas: recuperar y reutilizar los objetos, como es el caso de la iniciativa de Joan Ballús con los electrodomésticos, a los que les alarga la vida, y virar nuestro estilo de vida consumista a un día a día más senzillo, menos ambicioso y más respetuoso.

El economista Serge Latouche dice que debemos poner fin a la lógica del crecimiento y cerrar el grifo”. En la misma línea, Jordi Pigem, doctor en Filosofía de la UB, habla del “decrecimiento” necesario, a favor de la satisfacción personal y en contraposición al incremento del consumo. “No se trata de dejar de consumir sino de consumir mejor”, reflexiona Manuel Ludevid, asesor en gestión ambiental empresarial. El consumo ético, responsable, sería, por tanto, la alternativa al consumo compulsivo.

Richard Heinberg, ecólogo, declara que vivimos “en los límites de la Tierra” y aboga por llevar una forma de vida con menor gasto energético. Daniel Gómez, por su parte, piensa que hay que empezar por educar a las personas respecto a los recursos energéticos del planeta y promueve la idea de “levantar el pie del acelerador para que cuando lleguemos al muro de los límites naturales del planeta no nos choquemos”, la cual se ejemplifica con el posible desuso de la bolsa de plástico, gran enemiga del medio ambiente, en diferentes países ‘desarrollados’, que puede ser sustituida por material biodegradable menos dañino.

La cuestión no es tanto que con estas medidas se vaya a frenar el calentamiento global, pero representan el “cambio en el estilo de vida” necesario para luchar contra el calentamiento, tal como defendía el Nobel de la Paz y Presidente del Panel Intergubernamental de Cambio Climático, Rajendra Pachauri: “Tenemos que cambiar de verdad nuestro espíritu, desarrollar un comportamiento en el que minimicemos nuestra huella ecológica sobre el planeta” .

Son muchas las voces que proponen, precisamente, el cambio de costumbres, de estilos de vida, que debería implicar un cambio profundo de vertiente más filosófica, porque la base de este cambio se encuentra en la idea que tenemos sobre felicidad, relacionada muchas veces con tener más, con ser más. Según Jeremy Rifkin, lo mejor es “vivir de forma más senzilla e inteligente”, pensando en las generaciones venideras.

En mi opinión, el problema de este cambio está en lo utópico de muchas propuestas, como la de no viajar tanto ni tan lejos propuesta por John Gishman, pero sobre todo, en la superproducción de recursos y en la explotación, en el mal uso de lo que la naturaleza nos puede proporcionar, y en la ambición humana, que nos inculcan desde que entramos en el colegio: luchar para ser el mejor, el más grande, el más eficiente, el más productivo, el más ‘más’.

Quizá el problema y la solución residan en el deseo humano, y en aquellos que juegan con él a su libre albedrío, como si la vida no fuera más que un concurso de mejores talentos.

En cualquier caso, si el cambio es posible, será repentino o se hará lentamente, como todos los cambios. Lo que está claro es que sin cambio, todo seguirá igual, lo que en el caso planetario equivale, como bien se ha demostrado, a ir a peor.

Yes, we can
Leo en la página de Opinión de el País un artículo que viene al caso, titulado “¿Cambio de clima o clima de cambio?” , que empieza fuerte y acaba mejor: “Si la Tierra recibiera del Sol la misma energía que pierde, su temperatura sería constante” (el final nos lo guardamos para el final, como en las series de televisión, para mantener al espectador en estado de atención).

En el hipotético caso de que se hicieran las cosas como ‘Dios’ manda, o como el sentido común dicta, la temperatura del planeta no habría desembocado en cambio climático ni en rayos ultravioleta mortíferos. Pero ya sabemos que el ser humano pocas veces sigue al sentido común, por raro que al sentido común pueda parecerle.
La UE, siguiendo el principio de “responsabilidades comunes pero diferenciadas”, propone que los países en desarrollo emitan en 2020 entre un 15% y un 30% por debajo del escenario continuista, así como incluir las emisiones del transporte aéreo y marítimo, y promover un marco de adaptación, con apoyo a las naciones más pobres y vulnerables.

Obama, por su parte y a diferencia del Exmo. Sr. Bush, ha añadido a su campaña Yes, we can el tema del cambio climático como primordial que, a su vez, aliviaría la dependenica de EEUU del petróleo importado, dicho sea de paso.

Así que, en ‘el hipotético caso’ de que todos aquellos que dicen que cumplirán, cumplieran, y de que todos aquellos que acudieron a la Cumbre de Kioto en 1997 realmente hubieran firmado el protocolo con la firme convicción de que aquello que firmaban era una declaración de principios y no una simple declaración de intenciones, la reducción de EGEI no rondaría el 3% que hoy ronda, sinó el 8% que se había establecido reducir, como mínimo, en 2012 (aun queda esperanza).

En el caso hipotético de que, como (casi) siempre pasa en estas cuestiones en las que el demiurgo no es el planeta, como debería ser y como es, sinó el siempre excelentísimo Don Dinero y su secretario general Don Monedero, que no entienden, como ya sabemos, de efecto invernadero.

En el caso hipotético, también, de que las empresas que emiten esos gases y que son dueñas de esas tecnologías avanzadas que nos elevan cada vez más en la escala de la evolución, asistieran a dichas cumbres, aunque fuera porque de cara para fuera quedan siempre muy bien, si se visten de ‘verde’.

Sin la participación de estas empresas y sin el compromiso de grandes países como China y la India (China es actualmente el mayor emisor de CO2, aunque sus emisiones por habitante son entre cuatro y cinco veces inferiores) no es posible llevar a cabo ninguna política encaminada a darle aire al Planeta, según el Grupo Asesor sobre Energía y Cambio Climático. Este diálogo está muy bien pero, ¿no sería mejor un ágora en que también estuviesen incluidos los países ‘menos desarrollados’ tecnológicamente hablando, con los que más deuda ecológica se tiene?

Empuñar todos los NOES
…para conseguir la gran afirmación, crear y foralecer espacios democráticos para poner límites al modelo del desarrollo, priorizar la sobiranía alimentaria, promover un nuevo desarrollo armónico con la naturaleza, y destapar el mito del actual modelo y resistirse a él.

Es lo que propone la ecologista Aurora Donoso en la campaña por el reconocimiento y reclamo de la deuda ecológica, en apoyo a la campaña internacional y de Coalición Latinoamericana y del Caribe del 2000, reivindicando el derecho supremo a la resistencia para ejercer todos los noes a todo aquello que tenga a ver con la negación de la vida.

La deuda ecológica es “la responsabilidad que tienen los países industrializados por la destrucción paulatina del planeta como efecto de sus formas de producción y consumo, características del modelo de desarrollo, que se pretende globalizar y que amenaza a las economías locales. Incluye la apropiación ilegítima de la atmósfera y de la capacidad de absorción del planeta”.

La deuda ecológica se genera en la época de la colonización y sigue creciendo con el intercambio ecológicamente desigual patente en la extracción de bienes naturales, en la apropiación intelectual y el robo de los remedios naturales ancestrales, en el uso y degradación de las tierras, el agua y el aire y la energía humana para la exportación, en la contaminación atmosférica de los países industrializados por sus desmedidas emisiones de gases, principal causa del efecto invernadero, en la producción de armas químicas y nucleares, así como los residuos tóxicos que desembocan de éstas y que va a parar a países tercermundistas.

Según las Naciones Unidas, el 20% de la población rica del mundo consume el 80% de los bienes naturales del Planeta. El intercambio ecológico desigual y desproporcionado enriquece, como siempre, a los de siempre (pequeños guetos poderosos) y empobrece, como siempre, a los de siempre (personas que lo único que quieren es ser felices , nada menos, nada más).

Lo peor de todo esto es que las políticas económicas mundiales, encabezadas por organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio, se empeñan en hacernos creer que no hay alternativas al sistema imperante. Lo más triste es que este sistema desacraliza la vida, aniquila culturas y explota a personas que viven bien y a su manera con la excusa del ‘desarrollo’. Las consecuencias de este modelo insostenible a la vista están. ¿Quién debe a quién? ¿Quién da más?

Impacto ambiental: cifras que hablan por sí solas
Según el oportuno artículo de César Dopazo, miembro de la Real Academia de Ingeniería y del Grupo Asesor sobre Energía y Cambio Climático de la Unión Europea, en los últimos 25 años, la concentración promedio de CO2 en la atmósfera ha aumentado hasta 380 partes por millón. Esta cifra no no diría nada si no hubiera detrás la siguiente: “Con emisiones anuales de 35.000 millones de toneladas de CO2, se alcanzarían en 2100 alrededor de 550 ppm, que inducirían daños incontrolables”.

No sé cuáles serán los propósitos ni los resultados en Copenhague, ni tampoco hasta qué punto el Planeta puede estar realmente en peligro. Lo que sé es que el otoño es cada vez menos otoñal porque del verano hay un salto triple mortal hacia la estación de las nieves, sin casi entretiempo, con lo que no sería tan excéntrico que al final tuviéramos que acabar con abrigo y bufanda todo el año, en una oscura postal de invierno que nosotros mismos, por nuestro bienestar supremo, habríamos propiciado.

Así que a lo mejor es mejor ponerse un poco fatalista ahora para no tener que serlo después, cuando las Emisiones de Gases de Efecto Invernadero superen lo que el Planeta es capaz de soportar. “Cualquier acción correctora debería ajustarse al principio de ‘precaución proporcional’ que, ante la incertidumbre sobre un riesgo, aconseja no posponer la adopción de medidas efectivas y proporcionadas”. En otras palabras (las del experto en Cambio Climático Schellnhuber), “gestionar lo inevitable hoy, para evitar lo ingestionable mañana” (he aquí la conclusión del artículo antes avanzada).

Para que esto fuera no sólo probable, sino también posible, deberían desarrollarse políticas económicas honestas y decididas, y los Mecanismos de Desarrollo Limpio (MDL) de Kioto deberían ser reformulados, y la UE debería estimular la investigación en tecnologías energéticas limpias, respetuosas y adaptativas, que no excluyeran a ningún país, y y y y…

Pero como escribe Dopazo a propósito de Lalonde, “los ciudadanos temen más a las políticas sobre cambio climático, que al propio cambio climático”. Por qué será, por qué será. Todas las promesas de mi amor se irán contigo, me olvidarás, me olvidarás…
Eso es lo que pasa en el Amor y en las declaraciones de intenciones poco bienintencionadas: que pasa el tiempo y el recuerdo va dejando paso al olvido.

Lástima que haya olvidos que nunca debieran olvidarse porque lo que está en juego no es un corazón que pueda curarse, sinó el propio latido del Mundo, cuya sístole y diástole tiene, por raro que pueda parecerle a nuestro cerebro-suprahumano, fecha de caducidad incluida en el lote (ver en el reverso de la capa de ózono).

Fin de la era D‘D’ de Desarrollo. ‘D’ de dependencia ilegítima, ‘D’ de ‘dinero, dinero, dinero’. ‘D’ de deforestación. ‘D’ de dependencia. ‘D’ de desposesión. ‘D’ de desigualdad...

‘C’ de caos, ‘C’ de caretas políticas, ‘C’ de competitividad, ‘C’ de competencias, ‘C’ de concentración de riqueza, ‘C’ de consumismo desmesurado, ‘C’ de crisis, crisis, crisis, y ‘E’ de evidencia de un mito/meta ‘I’ por inalcanzable y por inhumano y por irracional y por imposible y por irrespetuoso y por impertinente y por impuro y insostenible e insatisfactorio y inviabilidad ecológica.
Y ‘S’ de subdesarrollo social y de sumisión y de sistema desigual.

Fin de la era ‘D’: Desarrollo, el término inventado en EEUU para mantener la hegemonía mundial, se ha venido abajo, se ha caído de un ático, se ha derrumbado, se ha hecho añicos. El objetivo principal de la política de todos los países del mundo, el desarrollo, la evolución, el avance (o como quiera llamarse) y que tiene como madre a la monetarización, es insostenible, y así lo demuestra la crisis mundial por la que estamos pasando, que empieza por la monetaria y se revela en otras crisis más profundas, como la crisis ecológica o la crisis humana de los que no tienen ya ni un rasgo de humanidad porque han especulado y especulan con el hambre al aumentar la deuda del Sur, al dedicarse a explotar los recursos, las tradiciones y las vidas tranquilas de sus gentes.

‘C’ de crisis humana, la de aquellos que siguen insistiendo en mantener un sistema sagaz, disfrazándolo de verde y de slogans (in)creíbles como por ejemplo el nuevo ‘desarrollo socialmente sostenible’.

‘D’ de depredadores que no saben que para comenzar a resolver los problemas mundiales y planetarios es necesario superarlos. Primero, acabando con el ‘desarrollo’ como objetivo, después, con la dependencia que aumenta las diferencias.

Es preciso ahora comenzar a pensar en local, en el plano en el que se expresan las necesidades humanas, y no en global, donde la responsabilidad de cada uno se difumina en la de ‘ya lo harán los demás’. A lo mejor sea este un nuevo mito inalcanzable pero, como mínimo, será más Humano.



BIBLIOGRAFÍA

• DONOSO, AURORA; “¡No más saqueo, nos deben la deuda ecológica!” en Campaña por el reconocimiento y reclamo de la deuda ecológica. Quito, Ecuador. Año 2000.
• DOPAZO, César; “¿Cambio climático o clima de cambio?” en El País, 7 de octubre de 2009. Pág.29.
• ESTEVAN, ANTONIO; “El fin de la era del desarrollo”. pp. 61-72.
• MÉNDEZ, Rafael; “Adiós a la bolsa de plástico. ¿Llega la de almidón?”, en el País, 16 de enero de 2008. Edición digital.
• Reportaje televisivo “Consumint el planeta”, en 30 minuts. Año 2008.

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